La Danza De Los Vampiros
Sinopsis: Partiendo de la base de que el vampiro es el héroe trágico por excelencia en el dominio del horror fantástico, de algún modo el más cercano a nosotros (en tanto acusado universalmente de monstruosidad, cuando no hace sino seguir la inclinación de su naturaleza). Despreciado, perseguido, condenado a la soledad, nunca ha pretendido ser un monstruo: las instituciones respectivas son las que lo han calificado como tal. Él sólo es un reflejo. Por ende, el conde Von Krolock y su runfla de moronguientos seguidores sólo son reflejos sin vida verdadera, a los que su instinto lleva a tratar de aferrarse desesperadamente a un mundo que los rechaza. Desde aquí se propulsa la tesis desmitificadora-reforzadora gobernante en La Danza de los Vampiros.
Así, el Profesor Abronsius (Jack MacGowran, en una caracterización tipo Einstein) y su ayudante Alfred (Roman Polanski), se enfrentan a “las fuerzas del mal” en pleno. Pero este “mal” es exhibido desde la perspectiva de lo simpático y rompiendo varias de las convenciones caras al género, con lo que Polanski pone en juego uno de los acentos distintivos de varias de las películas constitutivas de su obra hasta la fecha: el mal, en tanto que tal, acabará derrotando al bien, hecho por demás señalado con la escena final, en que quienes vinieron a combatirlo, lo esparcerán por el mundo, convirtiéndose en sus aliados involuntarios.
Única película en la que coactúan Sharon Tate y Roman Polanski (tiempo después se casarían), es un film que oscila entre el suspense y la farsa, entre el temor y la risa, con amplia gama de fenotipos de vampiros (incluido uno gay), con la que Polanski redondea, pues, una obra singular y por demás disfrutable.