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Presentacion: Comprar Boleto Para El Cine

Comprar el boleto para el cine*

Hasta hace uno años EL CONCEPTO “IR AL CINE” IMPLICABA una ceremonia que algunos definen como laica: la de divertirse en familia, que ampliamente se practicó hasta muy entrado el siglo XX. Ceremonia que obligaba a que los participantes se acicalaran cuidadosamente y se presentaran a ver una auténtica expresión de las bellas artes. En el lobby de los cines aparecían unos cartoncillos de ocho por doce centímetros, a veces más grandes, que profesionalmente se llaman stills, con fotos de las películas. Eran imágenes congeladas de lo que el público podía esperar en determinado título previamente seleccionado por alguien de la familia, preferentemente la madre, a quién estaban dirigidas la mayoría de las cintas incluso en los años sesenta; o del padre, a quién comenzaron a atraer con cintas fuertes (temas como la guerra o lo policiaco, por ejemplo), a veces repletas de acción o de atractivas mujeres (como no ver a Bond...).

El cine del siglo XX fue fragmentando su audiencia. Ya en los sesenta se hablaba de películas familiares, de cintas para niños, de cine juvenil, de films de arte, de obras para cineclubs. Esta segmentación cambió el panorama y la forma de concebir el cine. Si antes se buscaba atraer a la mayoría de los miembros de la familia, de repente sólo se requerían algunos. Y los intereses podían ser completamente divergentes. Mucho había pasado, pues, desde que los hermanos Auguste y Louis Lumière hicieron la primera exhibición fílmica, tal como la conocemos aún hoy, en el Grand Café del número 14 del Boulevard des Capucines el 28 de diciembre de 1895. Y si durante mucho tiempo la única razón para ir al cine era la diversión que se podía compartir con la familia y en la oscuridad de la sala, de repente fue obvio que a esa razón se sumaron otras: convivir, aprender, saber de la cultura de otras naciones, incluso saborear lo prohibido (del sexo, por ejemplo) y hasta estudiar a fondo las razones de una estética inasible por novedosa, que parecía tomada de la pintura y era realmente mucho más. En efecto, la segmentación del público cinematográfico representó el auge de diversos intereses, acaso uno más complejo que el otro. O sea que el cine en breve lapso modificó completamente su rostro y los espectadores se volvieron más exigentes.

Al hacerlo, ¿cambiaron las razones para ir al cine?. En apariencia, no. Se sigue asistiendo básicamente por dos: diversión y conocimiento, Todo espectador sabe que mientras más asista al cine más aprenderá, ya de la vida, ya del cine, ya del arte. La mayoría de los espectadores están convencidos de que el cine es una expresión cultural accesible, Divertida la mayoría de las veces. Pero las películas han renunciado a muchos estilos que en el pasado lo hicieron atractivo. Las cintas se han vuelto más rápidas o superficiales, más fragmentarias o con poca intensidad psicológica. Las diversas expresiones que pueden convivir en una cartelera comercial, como títulos de cine coreano al lado de súper producciones hollywoodenses y cintas hechas en México, hablan de una diversidad de enfoques que antes eran poco comunes. La diversidad hoy es una forma de complejidad. La complejidad puede ser confusa. En esta confusión radica la necesidad que tiene el nuevo cinéfilo de saber hacia dónde orientarse. Baste decir que no necesita más razón que su interés o su diversión. Vaya, debe insistir en un motivo sencillo: ir al cine nunca puede ser un deber. Mucho menos un castigo.

Es cine es una maquinaria de significados, dependiendo de sus creadores o de sus espectadores, y por lo mismo es difícil encasillarlo en ese sambenito que es su supuesta obligación de proporcionarle al público un mensaje. Es éste el único error que podría cometer un cinéfilo atento: esperar un solo mensaje de una cinta. Por lo general las películas están concebidas a partir de una idea central o se las trata como producto de temporada. Es hasta cierto punto inútil pensar que darán un mensaje, pues en realidad lo que pretenden es entretener con una estructura de la cual se derivan, no uno sino muchos mensajes.

Estos mensajes pueden, sí, ser morales. En demasiadas ocasiones, sin embargo, son estéticos o filosóficos. No se limitan, tampoco, a una moraleja por película. De hecho existen múltiples y a veces pueden contradecirse de un plano a otro. Una cinta de tono muy realista puede acabar poéticamente. Otra fantástica expresaría correctos postulados científicos de avanzada. Aquélla de bellos tintes plasticistas puede ser por completo hueca. La de más allá, de sofisticado e irreprochable mensaje moral, tiene un más evidente trasfondo subversivo y amoral.

¿Por qué sucede esto? Porque el cine posee, en efecto, al mismo nivel de lectura que existe en lo pictórico. Recuérdese que la pintura se presta a interpretaciones por la sugerencia de sus colores, sus formas, su distribución de personajes dentro del lienzo. Sobre todo, por la mirada del autor hacia sus modelos, paisajes y situaciones representados. El cine funciona exactamente igual. Un actor notable, bajo las órdenes de determinado director, puede ser diametralmente opuesto en otra cinta, incluso mediocre. A su vez, un rostro en el cine, que expresa muchos sentimientos y sensaciones, es percibido de distinta forma según la iluminación o el argumento de cada película.

Entrado el siglo XXI, las múltiples percepciones sobre el cine obligan a que la interpretación, la crítica, se despoje del concepto de mensaje para darle paso, precisamente, al de filosofía. Cada cineasta, desde sus muy particulares puntos de vista, lo sabemos ahora, es un filósofo. Y puede ser profundo o light. Esto es lo que debe importarle al nuevo cinéfilo: las formas que el pensamiento visual asume en las múltiples expresiones exhibidas por doquier en lo que ahora ya se da en llamar la “atmósfera icónica”, ese ambiente de imágenes en el que vivimos inmersos.

Pagado el boleto de Viena 294 y en el entendido de que el interés o la diversión siempre desembocan en una aproximación a la filosofía visual, téngase la bondad de pasar a la sala.

Besos. Chela P.D. Diviértanse mucho y recuerden que a las 11:00 p.m. “se baja la cortina”.

* Adaptado del libro: Taller de cinefilia, José F. Coria, Editorial Paidós, 2006.

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